








Una nueva mañana de playeo aunque en esta ocasión decidimos cambiar las aguas turquesas y arenas blancas del sur, por las arenas más rojizas del Norte. De nuevo madrugamos, pero en esta ocasión la cosa fue mejor, y cuando llegamos a Cala Rotja sólo éramos un par de parejas, ¡Por fin! Gafas de bucear, aletas y al agua! (A las nueve de la mañana, con el agua aún fresquera). Una horita de snorkel después, salimos a la arena, y al ver que ya había bastante gente en esa minúscula cala, decidimos andar un poco y cruzar a Platja Cavalleria.
Aquella era mucho más grande, de hecho incluso nos recordaba a alguna playa de Murcia. Plantamos nuestro iglú y nos comimos nuestro merecido almuerzo! Un nuevo chapuzón en esas transparentes aguas, aprovechando para nadar un rato, y a las 12h estábamos recogiendo bártulos al empezar a masificarse la playa. Es curioso como cualquier playa o cala, aunque tengas que andar un mínimo de 15 minutos por caminos o senderos, acaba masificándose en Menorca.
Regresamos al apartamento a comer, y después de la preceptiva —y necesaria— siesta, decidimos hacer un cambio e ir a ver Cala Mitjana, que el lunes estaba el parking completo. En esta ocasión, y al ser las cuatro de la tarde, pillamos sitio, así que comenzamos a andar el kilómetro de bajada que separa el parking de la cala y plantamos nuestra sombrilla en una esquina. La cala era preciosa, con un bosque al fondo y rodeada de acantilados, pero el mar —un poco picado— hacia que no tuviera los colores turquesas de las fotos. Aún así, una cala muy bonita que disfrutamos buceando durante una hora, una hora en la que, al no llevar aletas, fue todo tipo crawl, acabando con los brazos molidos... y tocaba el regreso al coche que estaba a un kilómetro de distancia cuesta arriba... ¡Vivan las vacaciones de relax!
Cansados y con las piernas agotadas regresamos al apartamento. Ducha fresca, nos cambiamos y nos fuimos a dar un paseo (¿Alguien dijo cansancio?) por Ciutadella, la cual nos defraudó un poco. Íbamos a cenar allí, pero aún era temprano, así que de regreso al apartamento cenamos en el Mesón Rías Baixas, que estaba cerca de la casa. Un pulpo, calamar, codillo para Cuco y bacalao para Cuca. Bueno todo, pero quizá un poco salado.
Y ya, por fin, después de un largo y extenuante día, llegamos de nuevo al apartamento. Mañana será otro día, ahora toca descansar y recuperar fuerzas!
Esta mañana dejamos a nuestros cuerpos dormir un poco más, para que terminaran de recuperarse. Aún así, a las 8 estábamos ya en pie, desayunando y cogiendo fuerzas para la mañana. Hoy, tocaba ir a la zona norte de nuevo, concretamente a Algaraiens y su vecina menor, Cala Es Bot.
Un nuevo camino de casi media hora por estrechas carreteras y caminos, donde en ocasiones teníamos que parar para dejar pasar al otro coche, y una ligera caminata de 10 minutos dieron lugar a que Cuca terminara de venirse abajo. Mareada, con pocas fuerzas y sintiendo que estaba cayendo malita, se quedó en la sombrilla tratando de recuperar fuerzas mientras Cuco se daba un chapuzón en unas aguas transparentes como ningunas, pero que seguían dejando escapar ese ansiado azul turquesa.
Poco a poco, Cuca fue recuperando fuerzas y sintiéndose mejor, lo que achacamos a una ligera deshidratación, a consecuencia de la salada cena de ayer y de no haber bebido la suficiente agua el día anterior. Conforme fue bebiendo agua, al amparo de la sombra, parecía que se iba recuperando, cogiendo de nuevo fuerzas. Aún así, decidimos tomar el aperitivo y regresar al apartamento, para no arriesgar, recobrando fuerzas los dos después de una refrescante ducha. Hoy, el calor, apretaba con ganas.
Comida y siesta para terminar de recargar pilas, quedándonos un rato leyendo y pintando esperando a una excursión sorpresa que Cuco había reservado sin decirle nada a Cuca. Llegan las 18h y nos preparamos, nos vamos a la excursión! A las 18:30h llegamos al punto de encuentro, Cuca se baja extrañada al ver un 4x4 y se acerca a ver la publicidad de la puerta: “Parapente Menorca”, su cara de asombro, estupefacción e ilusión lo decían todo.
Nos subimos a coche y nos llevan hasta la Ermita El Toro, el punto más alto de la isla, donde habían otros parapentistas ya volando. Instrucciones básicas, equipo, enganche al monitor y.... a volar!!!!
La sensación es indescriptible con palabras. Bueno si, se puede describir con una sola: VOLAR. No creo que haya nada parecido a lo que se siente con un parapente. Cogíamos los corrientes de aire y notabas como te elevabas, salías y bajabas. El instructor jugaba con ellas en un baile mágico con otros parapentes que era sencillamente cautivador. Ahora por fin sabemos lo que realmente sienten las aves rapaces cuando planean. Embriagador y cautivador. Te pasarías la vida en el aire.
Pero todo en esta vida llega a su fin, y pusimos de nuevo los pies en la tierra. Totalmente emocionados y con ganas de más, terminamos esta “excursión sorpresa” con la promesa de repetir cuando volvamos, la próxima vez fuera de temporada para sobrevolar la costa.
Un día distinto, pero igual de aprovechado, que nos deja con un muy buen sabor de boca.